jueves, 1 de agosto de 2013

Sangre contaminada




Hay quienes me preguntan: "¿Qué vas a hacer en Navidad? ¿No te vas de vacaciones con tus primos, tíos, abuelos..etc?" Y otros quienes directamente ni preguntan.
Me cuentan cotilleos sobre el tío del primo de no sé quién, su tía está embarazada, mañana comida familiar, primos pequeños que se caen, mayores que se independizan, vacaciones en familia en un apartamento diminuto en la costa o de camping, regalos en fechas importantes, ropa que pasa de generación en generación, divorcios y nuevas bodas, bautizos y comuniones en mañanas calurosas, llamadas telefónicas a cada hora del día en tu cumpleaños, achuchones y besuqueos de tus abuelos cuando se enteran de que tienes pareja, peleas entre primos como hermanos, cine en familia, comida y cena en familia, vacaciones en familia, cumpleaños en familia...todo en familia. Hubo un día en el que entendía la palabra "familia" como toda aquella persona con la que compartieras sangre. Hasta el primo del tío de la tía abuela de mi madre, era mi familia. Pero cuán equivocada estaba. Con el tiempo llegué a pensar que el ADN de cada persona a la que yo llamaba familia, estaba mal. ¡Tenía que haber algún error! Es decir, creía que la familia era todo lo que una persona podía llegar a tener y con ello, ser feliz. Creía que era el pilar más importante de la felicidad. Tener a alguien siempre a tu lado. Saber que nunca se irán pues a dónde sea que vayas, tenéis un lazo de sangre. Pero con el tiempo entendí que la sangre, es sangre. Solo sangre. Qué importan unos cuantos kilómetros. Qué importa con qué otra sangre se mezcle esa sangre pues seguirá siendo sangre. Ya no me importa la sangre. Ya no me importan esas cuerdas fuertes y seguras que nos unen a nuestras familias, aquellas que hacen que suene el teléfono el día de tu cumpleaños. Poco a poco, como ocurre en cada familia, una hebra de la cuerda, una a una, se van desilachando y caen suavemente, mecidas por el aire, al suelo y ahí se quedan eternamente. Sucede cuando alguien se va. No de viaje, como me decía continuamente a mí misma una y otra vez, sino simplemente, se van. Luego hay otras, que se rompen tan fácilmente como hilo al tensarse. Eso quiere decir que son malas, de mala calidad y quién asegura que si ya hay una hebra mala, no puede haber otra. En mi cuerda la había. Una a una se fueron tensando tanto que podías crear un arpa y tocar fácilmente en él. Pero había otra, de la cual se le unía otra unión de cuerdas cuyo lazo estaba flojo, que se estaba desilachando. Se la veía desgastada y enferma, hasta que se rompió. Aquella hebra era lo único que unía de verdad la cuerda con la otra de mala calidad. Yo ví como la hebra enferma caía y caía, meciéndose tan suavemente como la más cruel de las burlas. Hasta posarse en el suelo como un copo de nieve en invierno. Ya solo quedaban dos finísimas hebras, tan menudas que casi ni se podían percibir. Pero aún había algo que las unía. Sin saber por qué, ellas seguían allí. ¿Por qué seguir, si quién había causado tal destrozo era la otra cuerda al tensarse demasiado?
Más o menos era lo que yo me preguntaba cuando otro de los pilares que me hacían ser feliz, se cayó como una torre de naipes. Se suponía que cuando alguien se va, otra llega y te consuela sin usurparle el lugar. Yo llamaba a "eso" ser mi familia. Pero me engañé. Ellos no estuvieron ahí. Solo hubo muchas llamadas telefónicas invadidas de gritos y lloros. Insultos y ofensas tan destructivas como balas. Y yo observaba eso como testigo mudo en mi bola de cristal resquebrajada y me preguntaba: "¿qué ha sido de aquellas promesas que nos hacíamos? ¿qué ha sido de esos abrazos, de esos consuelos en noches llenas de angustia? ¿qué ha sido de nuestra cuerda? ¿y mi felicidad, a dónde ha ido?" Miraba arriba, hacia abajo, derecha e izquierda y no veía nada. Cada llamada telefónica, cada visita con psicólogos, cada visita de abogados y papeles ilegibles sobre estúpidas herencias, eran como campos de minas que se ponían por delante, burlándose de mi ignorancia y mi situación. Y entendí, que tan pronto lo tienes todo, como te quedas sin nada, con la rapidez de un parpadeo. 
No quería psicólogos, no quería abogados. Les quería a ellos y deseaba desesperadamente que los recuerdos impresos en fotografías, donde antaño se reía y no se lloraba, cobraran vida y me respondieran. No lo hicieron. 
Me acostumbré a su ausencia, a la falta de calor. A las Navidades en soledad. A las vacaciones donde el sol me deprimía con tan solo mirarlo. Al mirar a mi alrededor, a mis amigos, a mis conocidos e imaginarme en ellos como "mi familia". Pero no se puede estar con los ojos cerrados eternamente. Me acostumbré a quedarme callada cada vez que me contaban algo sobre tíos y primos y deseaba que no se me reflejase en la cara el efecto que tenían esas palabras sobre mí. Sí lo conseguí, es un misterio. 
Pasan los años y sigo oyendo frases como: "tengo que ir a ver a mis abuelos" "hoy como en casa de mis tíos" "mañana es el cumpleaños de mi prima" y la nostalgia me sigue embargando y es tal el deseo de volver atrás y revivir una y otra vez esas mismas cosas, que me olvido del hastío. Pero la alarma se enciende en mi cabeza y dice que no vale la pena pues la cuerda es tan frágil que parece como si con tan solo mirarla, se fuera a romper. Y no me atrevo a hacerlo. 
Muchas veces me he preguntado si ellos también me echan de menos. Si también añoran el pasado feliz del que ahora me deprimo. Si aún piensan en mí, cuando no tienen a ninguna sobrina o prima a la que chinchar o mimar como a mí me hacían. Si sienten lo que pasó, cuando la cuerda se tensó y se rompió tras la ida de aquella hebra enferma, o solo no saben que fue su culpa. Si aún miran las estrellas y siguen creyendo que cada una de ellas, es alguien a la que una vez hemos querido y seguimos queriendo, pero ya no está con nosotros. Me encantaría preguntarles eso. Pero el temor, el rechazo, la traición y la decepción se anteponen y no puedo. 
Puede que yo ya no pueda decir que "voy a comer en casa de mis tíos" o no tenga un primo pequeño al que chinchar, o una prima con la que no me lleve bien y pueda ponerla a parir, o asistir a una boda/bautizo/comunión, o una mesa que compartir el día de Navidad. 
Pero a la hora de la verdad, sí comprendí que la familia empieza con el amor a aquél que tienes más cerca. Que la sangre que os une no es lo que lo convierte en familia. Que familia puede haber más de una. 

Si una cosa es cierta, es que en algunos casos no nos damos cuenta de la familia hasta una vez muerta y si algo he aprendido tras la rotura de la cuerda que me unía a una de mis familias, es que allí donde una vez hubo un nudo, otra cuerda puede volverse a atar, y debo amar siempre a mi familia, sin medida, porque siempre, a dónde vaya, seré parte de una. 


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