viernes, 21 de septiembre de 2012

Eres el sol que ahuyenta el invierno de mi rostro.

Estaba yo mirando por la ventana de mi habitación la tibia y espesa capa de nubes que cubría el cielo como una mampara de algodón de azúcar. Esa asombrosa sensación de paz y quietud me extasiaba, dejando fatigada a mi memoria, haciéndola trabajar cual rata de laboratorio corriendo en su rueda. La suave brisa me  arrullaba con sus gentiles manos. Briznas de oxígeno se abrían paso por mis fosas nasales y teñían de dicha y  murria mis pulmones y venas. Tan puramente esencial...



Apoyando mi cabeza sobre el frígido cristal, viendo por el rabillo del ojo mis manos posadas en la gélida y compacta transparencia, agarrotadas, ansiosas, ávidas de sustento, el roedor de mi memoria empezó a correr a asombrosa velocidad y fue cuando todo nimbo pardo y plomizo iluminado por la tenue luminiscencia de la luna que entonces actuaba de linterna alumbrando cuán océano de estrellas coloreaban el horizonte nocturno, desapareció.
Una fuerza superior poseyó a mi cerebro, legislando a mi sistema nervioso, derramando corrupción. Mandó la orden de separar mi frente del férreo vidrio, alzar la mirada y romper la delgada línea que separaban mis pestañas de los pómulos y mostrar al mundo la nebulosidad de mis ojos cuyas tinieblas quedaron cegadas por la luz del súbito meteorito fosforescente que subrayó el océano negro y se abría paso a través de sus hijas, las estrellas, dejando una larga estela amarilla como huella. Mis perjudicados ojos anhelaban desesperadamente la oscuridad pero mis párpados no estaban por la labor de actuar. Pronto, mis pupilas se habituaron a la repentina luz, obligadas por el ente corrupto a familiarizarse con ella. Enfocando la vista, llegué a visualizarlo en toda su plenitud.

Hermoso.

Chispeante.

Absoluto.

Y mío.

Crepitabas en gozo. Era un deleite, y exquisito manjar para mis retinas. Fundía cada resquicio y rincón de mis más diminutas venas cubiertas de escarcha cuyo frío había conquistado mi anatomía. Corriendo cual maratón, se adueñó de toda grieta, ranura y hueco hasta llegar a su centro, al núcleo de todo.
Los soldados de mis ventrículos se pusieron en guardia prontamente. La tensión y preocupación inundaban las filas. Los militares aguardaban al menor signo de contienda. La alerta se había disparado. Cargando con el peso de sus lanzas, con nada más que sus escudos de acero como únicas barreras que los separaban entre la vida y la muerte, se podía oler a kilómetros la osadía y ferocidad de sus ojos leñosos. Valerosos y bravos caudillos acechaban y permanecían listos y preparados.
-¡OFICIAL, INFORME!- gritó el más valeroso de ellos.
-Se ha activado la alerta, Comandante. Se huele en la sangre el olor a intruso. Uno fuerte. Algo con lo que antaño luchamos- contestó el agitado oficial.
-¿Es peligroso?
-No lo sabemos, señor. Pero es rápido y...- vibraciones en las membranas retumbaron con fuerza haciendo que los soldados se removieran con nerviosismo- luminoso- contestó temblando.
-¿Luminoso? ¿Cómo que "luminoso"?- preguntó el Comandante extrañado.
-Señor...nuestros aliados los leucocitos nos han hecho llegar la información de que es "brillante". Las respuestas realizadas por el individuo han sido propias de cuando se es expuesto a una luminiscencia de un grado bastante...alto, señor.
-Entiendo...-repuso el jerarca rascándose la incipiente barba- ¿has dicho que hemos luchado anteriormente con esa "cosa"? ¿Te refieres a...?
-Exacto, mi señor.
-En ese caso...-continuó, sonriendo ferozmente- será mucho más entretenido volver a vencer a ese ente fluorescente, ¿no cree, soldado?.
-Mi señor...temo- respondió el apresurado oficial.
-Quien vive con miedo, solo vive a medias, soldado. Temer no te hace más pequeño que cualquier intrépido. Al contrario, reconocerlo es característico de aquellos héroes más valientes que nunca antes hayamos visto. ¿Me crees si te digo que hasta yo, en su día tuve miedo?- dijo amablemente a su segundo al mando.
-¿Us...usted, mi señor? ¿Miedo?- contestó asombrado.
El Capitán, llevado por la inocencia del pequeño oficial, sonrió.
-Te sorprendería saber que hasta los más fuertes por fuera, son los más frágiles por dentro. No se es cobarde por mostrar tu miedo, se es valiente por afrontarlo.- concluyó revolviéndole el pelo.
Como padre e hijo o hermanos de sangre, el afecto que tenían, era mutuo y destacado.
Pero el momento de ternura fue eclipsado por los jadeos casi insonoros de los demás soldados.
El Comandante, ansioso y preparado desde el mismo día en el que fue creado, se arrodilló y posó las palmas de sus manos en la plana y delicada superficie que les servía de suelo. Agachó la cabeza y al cabo de un instante, sintiendo en lo más profundo de su ser los retumbantes pasos de lo que se avecinaba, escuchando en el interior de su cabeza la música que indicaba que el enemigo andaba cerca, murmuró <<Ven>> y cargó ciegamente contra la oscuridad.
No hubo lucha. No se formó la 3ª Guerra Mundial ni se formó la de Troya ni nada parecido. Toda molécula perteneciente, valerosa y preparada para el asalto se fue retirando de sus puestos. Quedaron igualmente fascinados por el ente brillante. Totalmente drogados de contento con el más potente somnífero. Y bajaron sus armas y poco a poco, le fueron abriendo paso hasta las altas y pétreas escaleras de roca maciza que daban lugar a una colosal puerta de madera, circundada de acero y sin picaporte. No había menor signo de tener pomo pues no necesitaba ser abierta. Sin embargo, se distinguía un pequeño agujero. Era una cerradura bastante singular de una forma altamente extraña. El ente, lejos de estar preocupado y algo confuso, sonrió al verse enfrente de uno de sus mayores retos y se sentó en los amplios escalones, y aguardó, pues sabía que en su momento, aquella puerta no tardaría en abrirse.

Tan pronto apareció el pequeño sol cegador, surcando el mar de luceros, quitándome cualquier punto de visión, se desvaneció. Y entonces el ser que antes tomó de manera inesperada el control de mis actos, salió de dentro de mí y el pesar ocupó su lugar. Toda fuerza se esfumó cual humo. Todas aquellas palabras de abatimiento y pena que atestaban mis garganta salieron atropelladas en un único suspiro. Mis poros expulsaron las últimas energías que me quedaban a chorretones como una fuente. Mis piernas flagelaban. Oscilando entre la solidez y la licuación. Mi cuerpo tiritaba como un escurridizo flan. Apreté mis dientes y me obligué a permanecer erguida. Mis dedos acariciaron con fogosidad la pared, desnudándola con mis desesperados dedos. Y me caí. Mis piernas se derrumbaron como una torre de naipes. Y allí me quedé, sentada, arrinconada contra la pared. Sujetándome mis rodillas magulladas, heridas físicamente, oculté mis acuosos ojos detrás de una cortina azabache, escoltados detrás de mis débiles rodillas. Mi barbilla rozaba mi pecho, padre y protector de mi malherido y cascado corazón, soportando el escozor que me volvía a invadir. Mi alma gritaba, deseosa de libertad, ansiando defender al ultrajado corazón. Aullaba fieramente.

Cólera.

Decepción.

Rabia.

Impotencia.

Mi razón lloraba sordamente y repetía una y otra vez lo cuán ingenua que había sido. Mis dos apreciadas ónices fueron amenazadas hasta que trombas de agua callaron sus gritos. Riachuelos cristalinos circulaban a alta velocidad cual carrera de coches. Mi cerebro, ajeno a todo aquello, preguntó en alta voz <<¿Por qué lloras, corazón?>> y éste respondió <<Porque me duele su ausencia>> y mi cerebro, al ver la magnitud de su agonía, alegó << Llorar no te va a traer a aquella persona que hayas perdido>>.
Y entonces aprendí a ser fuerte, a luchar y sacar aquello que me quemaba y acababa conmigo. Pero fingir que no duele es un trabajo tedioso, complicado incluso para aquél que tenga un Máster. En conclusión, fingir que no duele, duele el doble.
Me mantenía agarrada al pasado, mirando siempre para atrás, queriendo olvidar pero sin parar de recordar, empeñada en quedarme ahí. También aprendí que me pasaba la vida sentada, mirando, esperando a que pasase algo y no me daba cuenta de que lo único que pasaba, era la vida. No funcionaba bien. Al igual que al ver a una persona discapacitada, con algún miembro amputado, tu cerebro automáticamente te dice <<Esa persona está incompleta>>. O como cuando ves a un invidente, y vuelves a pensar lo mismo. Son evidencias físicas obvias, que no pasan por alto. Pero, ¿qué pasa cuando tu problema está en el interior? Si te falta alguna tuerca, alguna pieza en tu escudo, ¿quién se da cuenta? ¿a quién le importa? ¿es igual de importante?. A mí me pasaba eso. Sentada allí, derrumbada...estaba incompleta. Rota.
Y mientras la vida pasaba, me preguntaba <<¿Quién va a querer jugar con una muñeca rota?>> y volvió a aparecer.
Pero me negué  a caer en sus redes. Era irreal. Algo tan hermoso solo podía ser producto de tu mente, y en la mía había grietas. Así que me rehúse a mirarlo. Con la cabeza entre mis rodillas y la barbilla pegada a mi pecho, algo detrás de mis párpados empezó a brillar con mayor intensidad, haciendo que todo lo viera naranja. Supuse que aquél ser se estaba acercando. Obligué a mis manos y a mis hombros a mantener la compostura. De pronto, una voz de lo más viril, armoniosa, suave como un pétalo de rosa y profunda me habló al oído:

-Eh, despierta pequeña. Llevas demasiado tiempo con las lágrimas en los ojos. Ha empezado un nuevo día. Toca levantarse. Te ayudaré, princesa.-

Llevada otra vez por la fuerza superior, con el aire envolviendo el espumoso mantel de su aura entrando por la ventana, rodeándome y obligándome a alzar la mirada, obedecí. Me ofreció su mano. Alcé la mía, hipnotizada. Rocé su piel, y me levanté.


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